sábado, 9 de septiembre de 2017

EL TEATRO Y SU VALOR EDUCATIVO

El teatro y su valor educativo
Por: Ma. Elena Romo Limón

Uno de los géneros literarios que han impactado más en la transmisión de la cultura es el teatro; sin embargo, por la inercia de la modernidad en muchos planteles educativos ya no se practica en toda su amplitud, pues solamente se utiliza la dramatización como técnica educativa.

La dramatización en el aula o los sociodramas ciertamente contribuyen para el desarrollo de competencias comunicativas y el desempeño de roles, pero no alcanza la magnitud del teatro representado con todos sus elementos y en un ambiente adecuado. Por ello, es necesario hacer una valoración histórica del teatro con relación a su influencia educativa y una reflexión sobre la manera de aprovecharlo en la formación integral.

El teatro es un reflejo de la vida humana y su valor educativo radica en la imitación del bien y en representación de las consecuencias del mal. Los símiles le ayudan al hombre a reflexionar sobre sí mismo y sobre lo que lo rodea y a identificarse con lo positivo.

Ante la televisión y el cine, más que el aspecto cronológico, la ventaja inminente del teatro estriba en la forma vívida como se desarrollan los argumentos y en su capacidad envolvente. Los espectadores se funden con el actor, se convierten en testigos de su personificación y rebasan los límites imaginarios del proscenio cuando los sentimientos y las pasiones se conjugan con lo histriónico y lo real.

El arte dramático cuenta con una enorme fuerza que lleva de manera contundente a la persuasión y ésta es la fuerza del ejemplo. El hombre es imitado en sus aspectos miserables o sublimes. Mora (1970) indica que “El teatro es el ser humano mirándose a sí mismo desde todos los puntos de vista posibles, examinándose, estudiándose, observándose, ora complaciéndose en la observación, ora reaccionando contra ella, según se vea las partes agradables o desagradables de sí mismo o, precisando más, según como esos aspectos le sean presentados”.

Aristóteles en su Poética, que representa el primer escrito de crítica literaria en el cual propone una teoría general sobre la literatura y los géneros literarios, al abordar el tema del teatro y de forma más concreta el de la tragedia griega, hace referencia a esa imitación a la que llama mímesis. Este genial filósofo acuñó también el término catarsis, que significa el efecto que la representación de la tragedia produce en la emoción, la imaginación y la conciencia moral del espectador.

En la catarsis, que Aristóteles atribuía exclusivamente a la tragedia, se encuentra la clave para el teatro educativo. La representación de los arquetipos logra que el espectador se sienta religado, comprometido, urgido por su conciencia para actuar de forma acorde con los ejemplos positivos.

Es precisamente el teatro griego el que marca la pauta para infundir el saber humano. En este sentido Ardueza (1997) señala que “El drama era para los griegos un rito sagrado, fuente de sabiduría”. Es lógico que en esta cultura, madre de la filosofía y la primera en intuir grandes verdades, surgiera una manifestación artística para mostrar al pueblo la concepción de lo divino (encausado hacia lo mitológico) y lo terreno.

Vasto sería hablar del teatro griego y de su valor, de la forma como se trasladan las pasiones y el sufrimiento a todos los momentos históricos. Los tipos humanos y la problemática planteada en las tragedias son tan actuales como en el momento que emergieron de la pluma de Esquilo, Sófocles y Eurípides porque la naturaleza humana no es tornadiza. El hombre sigue viendo hacia arriba para encontrar una explicación de su existencia y un equilibrio entre su realidad y una realidad superior.

En el teatro griego las nociones de “conciencia” y de “razón” eran personificadas por el coro, que también actuaba como un personaje colectivo. Este elemento señalaba a los otros personajes sus errores (provocados por lo que los griegos llamaban “falla trágica”) y les llevaba a un verdadero arrepentimiento hasta el momento de la sublimación.

Una de las tragedias más educativas y moralizantes es Antígona, escrita por el maestro Sófocles y cuya temática principal gira en torno a la obediencia de las leyes divinas sobre las leyes humanas. Antígona en una actitud enhiesta responde al rey Creón, quien la ha condenado a muerte, haciendo una alocución sobre las leyes divinas: “No son leyes de hoy, no son leyes de ayer... son leyes eternas y nadie sabe cuándo comenzaron a regir ¿Iba yo a pisotear esas leyes venerables, impuestas por los dioses, ante la antojadiza voluntad de un hombre, fuera el que fuera?”

Ubicado en el Renacimiento encontraremos a otro gran genio creador del teatro: William Shakespeare. Sus tragedias encarnan una pasión humana, como la abnegación filial, el odio, el amor, los celos, la ambición, la venganza.

La calidad educativa del teatro de este autor radica en las reflexiones y en la fuerza filosófica. “En el teatro de Shakespeare se pueden encontrar buen número de observaciones filosóficas acerca de la vida y el misterio del destino, así como abundancia de reflexiones morales acerca de la conducta humana” (Chávez y Oceguera, 1997).

En las páginas indelebles de la literatura y de la filosofía se han acuñado frases que Shakespeare puso en boca de sus personajes, por ejemplo “El ser o no ser”, que expresara Hamlet ante el cuestionamiento siempre presente de la vida y la muerte o el grito que la conciencia le emitiera a Macbeth: “Macbeth, tú no puedes dormir porque has asesinado el sueño”, después de haber segado, por ambición de poder, la vida de su rey.

En el contexto de la cristiandad los primeros indicios del teatro religioso aparecen en el Medioevo con los dramas litúrgicos, que eran representaciones de la vida de Cristo. El drama litúrgico tiene algunas variantes como el drama escolar que muestra la vida de los santos. Estas obras se escriben en latín. La primera representación en castellano es el Auto de los Reyes Magos. Durante este periodo surgirían otras obras de carácter religioso y algunas de carácter profano.






En América, durante la Conquista, el teatro ritual y mitológico practicado por los aztecas sirvió como antecedente que permitió a los frailes la evangelización, representando pasajes de la biblia y la vida de los santos en la lengua de los naturales. Las Pastorelas son un vestigio de aquélla gran hazaña realizada por los evangelizadores para explicar en forma viva la religión. Se puede decir que este tipo de representación es el primer vínculo para lograr la conversión de los indígenas.

En otros momentos históricos algunos pedagogos cristianos también recomendaban el teatro para la formación de las virtudes. Grandes santos como San Pedro Fourier y San Juan Bosco utilizaban este medio como excelente y atractivo “...a San Pedro Fourier se le ocurrió preparar dramas, sainetes, comedias, diálogos y recitales, donde mientras se hacía reír y se emocionaba a los oyentes, se iban enseñando verdades de la religión y de otras ciencias” (EWTN).

Por su parte, San Juan Bosco en su infancia descubrió el atractivo que tenía realizar algunas suertes de saltimbanqui para atraer a la gente. Mientras realizaba los trucos llevaba la palabra de Dios y lograba que ese grupo que se acercaba inicialmente por simple diversión y curiosidad rezara junto con él. Estas prácticas las efectuaba también en su juventud para aleccionar a sus colegas. Ya como sacerdote y gran protector de los jóvenes recomendaba dentro de su método pedagógico el teatro como un atractivo para alejar del vicio a los discípulos.

Don Bosco aprovechaba la inclinación de los jóvenes por las diversiones para enseñarles de una manera dulce y espontánea, sutil y seductora, que lograba llenarlos de grandes esperanzas. Muchas almas cambiaron su vida de la calle y su destino eterno.

De forma general se han mencionado aquellos momentos históricos en los cuales el teatro ha brillado gracias a los objetivos genuinos de cultivar en el hombre las virtudes y los valores, de una manera tan completa que sería difícil abstraerse de ella. Debemos recordar que el teatro además de todas sus potencialidades educativas, es también arte y el arte invita a la perfección.

Cuando el alumno se convierte no sólo en espectador, sino en el “hacedor” del teatro adquiere ante todo un sentido de disciplina, en el cual tiene que coordinar y combinar todos los elementos que hacen posible la representación; apreciará la estética y tendrá siempre presente el gusto por lo bello. Aprenderá el sentido del trabajo en equipo, el orden, la constancia, la elocuencia, la expresión corporal y la obediencia.

La compenetración con los personajes que aparecen en los argumentos le ayudará a comprender la naturaleza humana, la forma de conducirse de los hombres en todo los tiempos, el triunfo del bien sobre el mal, el valor de la historia y la tradición, la diferencia y semejanza entre los pueblos y la fuerza de los arquetipos.

El teatro de valores le da al alumno la convicción del mensaje que pretende transmitir. Esas vivencias nunca se olvidan y hará de ellas receptáculo de recuerdos menudos que influirán a lo largo de su existencia. “El estudio y práctica del teatro y de las artes en general permite el acceso a entrenamientos valiosos sin los cuales la figura humana bosquejada a través del proyecto educativo quedaría incompleta y privada de sus funciones contemplativas, críticas y estéticas”. (Contreras, 1999).

En las escuelas del presente, donde existe gran preocupación por la actualización didáctica y tecnológica, habría que analizar no sólo las ventajas de adquirir lo nuevo, sino la revaloración de los grandes recursos de antaño como lo es el teatro, deleite educativo de muchas generaciones.
Referencias
Chávez y Oseguera (1997). Literatura Universal I. 2ª ed. México: Publicaciones Cultural.
Contreras, Marta. (1999) Teatro y Educación. Recuperado de: http://www.educ.cl/-docliter/teayedu.htm
EWTN. Fe. San Pedro Fourier. Recuperado de: http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Pedro_Fourier.htm
Instituto Nacional para la Educación de los Adultos. (1995). Secretos para hacer teatro. (Col. Cántaro). Árbol Editorial: México.
Mora, Juan Miguel de (1970). Panorama del teatro en México. México: Editorial Latino Americana.
Sófocles. (1982). Las siete tragedias. (Col. Sepan Cuántos. No. 14). México: Porrúa




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